domingo, 5 de abril de 2009
(Espasmo...)
Carroña de caballo resalta en la cama por las tardes entre el olor a podrido de su cigarro apagado, medio roto, mojado. En un ambiente típicamente descriptivo (cualquier cama casi metálica, cualquier sombra de cualquier tarde, cualquier color entregrisaceo, y sí, un hombre cualquiera, un cualquiera), mientras los edificios entran por el balcón rejado, en el que siempre riega los mismos barrotes en punta. Había algo: miles de ojos entreabiertos , somnolientos, disimulando, los miraban de arriba abajo, ojos escuchando las fálicas agujas del reloj.
La sed de sangre corría por sus venas, hinchadas, casi coaguladas en la punta del machete. En su ajuste de cuentas particular, él siempre pensaba que ganaba , mientras ella se terminaba con la punta de los dedos por debajo de lasa sábanas. Un aburrido ritmo anticuado estimulado por su batuta en un último reventón.
Los terceros invadían la franja de la cama, rodeando su cabeza con los rifles cargados en punta, a punto de disparar. Este último no se llamaba, no era, simplemente avanzaba sus soldados poco a poco, atacando con voluptuosas balas de pecado, de deseo carnal. Solo de pensar en él, en su sexo, se dilataban las paredes de la habitación.
Si penetrabas por sus grandes niñas negras, a través de los oscuros barrotes que rodeaban sus ojos (para toso esto hacía falta choques frontales contra el cosmos de sus pupilas y...) podías ver sus más palpitantes gemidos, y escuchar la oscuridad de los callejones en los que se perdían.
Se vestía rápidamente, sin mirarlo, mientras él miraba por el balcón, otra vez viendo lo de fuera. Se levantó, abrió la puerta, él se volvió, ella lo miró, él preguntó y ella respondió:
-Mañana vuelvo.
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