martes, 24 de febrero de 2009
sábado, 7 de febrero de 2009
¿Dónde está mi cuaderno?

Fue como tal, fue como la agonía irónica que murmuraba en el interior de una botella rota, y la cúspide de su boca desprendía un pequeño resplandor que respondía a tantas preguntas impersonales. Y nada venía a cuento cuando la botella emitía sonantes onomatopeyas que arrancaban suspiros de ese tipo de gente, que, sí, no eran más que eso, gente.
Cogía bocanadas de aire para intentar respirar, o algo que por lo menos, lo parecía, y ya se que parece inútil hablar de una botella, pero aquella botella tenía muchísima más vida que cualquier prole de borregos próximos a una muerte peculiar. El tema de conversación eran las conversaciones que ella misma mantenía en sus más íntimas oquedades, ella hablaba, y hablaba, y hablaba y no pretendía decir nada, y sin embargo…
¿Cuántas preguntas se te pueden hacer a ti mismo? ¿Cuántos los llantos que albergan una botella vacía? ¿Cuántos versos en italiano puede recitar un trovador? Pero el caso era estar desnuda de cara al mundo y el saber pocas respuestas a tantas preguntas inútiles, porque no preguntaba para saber, sabía para preguntar. Una lista, quizá…
“Cambio una gota consuelo por un canto acicalado” Le decía a almas en pena que vagaban por calles, avenidas o sepulcros, según como se vea. Largaba frases ingeniosas cuando estaba borracha y partía con tópicos de los epígrafes epigrafados. A su manera, recitaba algunos sentimientos que intentaban alinearse y ordenarse de alguna forma, pero casi nunca lo conseguían.
Lamentarse era inútil cuando le retumbaban golpes en el pecho a consecuencia de la adrenalina que le traían ciertas situaciones incomodas, y guardaba algunos secretos que a veces le introducían marineros de agua amarga, como aquellos que se tiraban al mar, de socorro, esperando que alguien los recibiera, aunque solo fuesen simples quimeras sin destino, sin un destino que carecía de ninguna clase de fe, y ella sonreía, consciente de ser una maldita botella, sonreía.
Tratando de descifrar su situación, el porque se sentía así, como un solo jugador para cuantiosas bandas que reclamaban, los polluelos pidiendo de comer a la pájara, los cipreses apuntando al cielo, y a tantas estrellas, ese continuo mareo que le estrujaba el cuello cuando de ella bebían, eso era, eso le tocaba ser, su rumbo cotidiano fuera de cualquier posibilidad de cambiarlo, o nunca lo supo.
Detrás del vidrio las cosas parecen más nítidas, pero allí quedaría ella, dando tumbos entre bar y bar, entre olores y humo, mucho más borracha que cualquier persona, siguiendo la estela del olor de las mujeres y escrutando minuciosamente las barricadas que se formaban entre las nubes al amanecer.
Y todo esto parece muy bonito, pero no, es la historia de una botella, no más. Solo un estallido de cristales más cuando se produce una muerte dentro de cualquiera de nosotros, el estruendo que crea la noche más perdida de nuestros alteregos, que renuncian confundidos a estar solos, y se van pudriendo poco a poco, paulatinamente, ahogándose lenta y dolorosamente en el gollete de la botella, de LA botella.
Caprichosos sonidos esclarecen los derrumbados muros que cayeron en la guerra, es esa refriega de sensaciones que dan revolcones dentro de nosotros, porque al fin y al cabo, solo somos eso.
Ahora, me levanto, me tambaleo de las nauseas que me producen hablar, o decir ¿o qué importa? Y me marcho de mi piel, cansado de buscarme en un mar de errores, a seguir estrujando más cuellos de botellas.
Hoy, merece la pena irnos de aquí.
jueves, 5 de febrero de 2009
Hoy, no quiero ver más allá de lo que ven estos ojos (que ni siquiera son míos), hoy, el agua de este mar de deudas y dudas está demasiado fría, prefiero no nadar. Es invierno, hace frío, hace demasiado viento, que silba en mis oídos. Suerte que tengo siempre esa hoguera que me arropa y me calienta.
O no.
domingo, 1 de febrero de 2009
"Hay partida, miestras uno de los dos lo impida..."

Aquella mañana pasé miedo. Y aquello no fue miedo, fue terror.
Me levante contemplando que la anterior noche, mi lira había colgado en la pantalla del ordenador un papel roto que me decía: “La felicidad sí escribe. Hoy voy a nacer otra vez… (A tu lado)” Y descubriendo un nuevo mundo que se me planteaba como una ilusión esclarecida, fueron pasando los segundos colgados del vapor del té. Fue mañana y fue noche, porque ya no necesitaba ver, sino que el último retazo que quedará de adversidad en la brisa invernal de aquella mañana surcara viento arriba, y que el pestañeo de uno de sus tripulantes me despidiera con un pañuelo.
Pasaba el tiempo entre jazz y amebas, con nuevos y antiguos pensamientos, con un poco de tranquilidad, por fin, para poder hacer aquello. Llegaron sueños, llegaron cuentos y risas, llegaron besos y versos desversados entre el camino que una y otra vez recorren nuestras palabras, que eligen sus cruces, curvas y paradas en el transcurso de esa melodía que no puedo parar de escuchar.
Llegaron podridas las opiniones, los signos de interrogaciones, las suposiciones, los perversos juegos de verdades que buscan ser mentiras, las malas aficiones y rendiciones que quedan en desagradables caricias a nuestra propia piel. Esto, poco más o menos, esto y queda sin quedar pegado en los vacíos rincones en los que la memoria se empeña en punzar, haciendo que te duelan recuerdos que caen como cayeron las lágrimas en su momento. Llantos de niño, perdones y desperdicios, apologías que se convirtieron en esquinas de las habitaciones, calles o bulevares.
Entonces yo comprendo, pero al contemplar me encuentro con ese gesto que siempre buscan en las películas para hacer llorar, ese gesto que no pretende engañar, aunque en los mortales como nosotros, lo consiga. Dos ojos, una boca, que más que boca busco palabras para describir lo que fuera y miles de pensamientos que nadie sabrá cuales son, y entre mis entrañas que empieza a nacer esa sensación. Y no se si mi fortuna, o mi ventura, fue la que hizo que escribiera aquellas palabras en los sucios retales de mi roído corazón, pero algo nació, y no fui precisamente yo.
Abrió la puerta, la encajó y allí solo me dejó. El miedo ocupaba la mayor parte de la sangre que tenían mis venas, que con prisas me recorrían el cuerpo. Aquello fue como un picor en los ojos, un tembleque en las pestañas, trémulos los labios, una patada en el pecho, un cosquilleo doloroso en el estomago y algo más, quizá. Verdaderamente tenía prisa, aquello era como si fuese la última vez que fuera a ver esa habitación que santísimas cosas me había regalado, y yo, solo me limité a contemplarla.
Abrió la puerta, la encajó y llegó también con gesto de despedida. Se paró, miró por la ventana y volvió a mi lado. La besé tantas veces como pude, la contemple de arriba abajo, acaricié su cintura y me escondí debajo de su pelo, como si fuera la última vez, cuando me levanté, me abroché y me marché.
Ando con el pecho en movimiento, esperando el momento, sabiendo de que debo reaccionar en este argumento del cuento, en esta narración o relato que consta de todos nuestros ratos cada vez más vivos, y ahora se que debo reaccionar, que no se si podré elegir o tener que zarpar, que el barco se va, que el viento hoy, no esta a favor, y sin saber siquiera de acabo de nacer (junto a ti).
Hoy no me quiero despedir.
“Hay días que parece que nunca se va a apagar el sol, y otros son más tristes que una despedida en la estación. Es igual que nuestras vidas, que cuando todo va bien, un día tuerces una esquina y te tuerces tu también”