
Fue como tal, fue como la agonía irónica que murmuraba en el interior de una botella rota, y la cúspide de su boca desprendía un pequeño resplandor que respondía a tantas preguntas impersonales. Y nada venía a cuento cuando la botella emitía sonantes onomatopeyas que arrancaban suspiros de ese tipo de gente, que, sí, no eran más que eso, gente.
Cogía bocanadas de aire para intentar respirar, o algo que por lo menos, lo parecía, y ya se que parece inútil hablar de una botella, pero aquella botella tenía muchísima más vida que cualquier prole de borregos próximos a una muerte peculiar. El tema de conversación eran las conversaciones que ella misma mantenía en sus más íntimas oquedades, ella hablaba, y hablaba, y hablaba y no pretendía decir nada, y sin embargo…
¿Cuántas preguntas se te pueden hacer a ti mismo? ¿Cuántos los llantos que albergan una botella vacía? ¿Cuántos versos en italiano puede recitar un trovador? Pero el caso era estar desnuda de cara al mundo y el saber pocas respuestas a tantas preguntas inútiles, porque no preguntaba para saber, sabía para preguntar. Una lista, quizá…
“Cambio una gota consuelo por un canto acicalado” Le decía a almas en pena que vagaban por calles, avenidas o sepulcros, según como se vea. Largaba frases ingeniosas cuando estaba borracha y partía con tópicos de los epígrafes epigrafados. A su manera, recitaba algunos sentimientos que intentaban alinearse y ordenarse de alguna forma, pero casi nunca lo conseguían.
Lamentarse era inútil cuando le retumbaban golpes en el pecho a consecuencia de la adrenalina que le traían ciertas situaciones incomodas, y guardaba algunos secretos que a veces le introducían marineros de agua amarga, como aquellos que se tiraban al mar, de socorro, esperando que alguien los recibiera, aunque solo fuesen simples quimeras sin destino, sin un destino que carecía de ninguna clase de fe, y ella sonreía, consciente de ser una maldita botella, sonreía.
Tratando de descifrar su situación, el porque se sentía así, como un solo jugador para cuantiosas bandas que reclamaban, los polluelos pidiendo de comer a la pájara, los cipreses apuntando al cielo, y a tantas estrellas, ese continuo mareo que le estrujaba el cuello cuando de ella bebían, eso era, eso le tocaba ser, su rumbo cotidiano fuera de cualquier posibilidad de cambiarlo, o nunca lo supo.
Detrás del vidrio las cosas parecen más nítidas, pero allí quedaría ella, dando tumbos entre bar y bar, entre olores y humo, mucho más borracha que cualquier persona, siguiendo la estela del olor de las mujeres y escrutando minuciosamente las barricadas que se formaban entre las nubes al amanecer.
Y todo esto parece muy bonito, pero no, es la historia de una botella, no más. Solo un estallido de cristales más cuando se produce una muerte dentro de cualquiera de nosotros, el estruendo que crea la noche más perdida de nuestros alteregos, que renuncian confundidos a estar solos, y se van pudriendo poco a poco, paulatinamente, ahogándose lenta y dolorosamente en el gollete de la botella, de LA botella.
Caprichosos sonidos esclarecen los derrumbados muros que cayeron en la guerra, es esa refriega de sensaciones que dan revolcones dentro de nosotros, porque al fin y al cabo, solo somos eso.
Ahora, me levanto, me tambaleo de las nauseas que me producen hablar, o decir ¿o qué importa? Y me marcho de mi piel, cansado de buscarme en un mar de errores, a seguir estrujando más cuellos de botellas.
Hoy, merece la pena irnos de aquí.
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