miércoles, 17 de diciembre de 2008

Erorarora dondero...


Mi salud todavía tiene cura. Gacela picoteando en el árbol buscando su fruto, carnavales en el bosque de luto y las puertas rechinan en los campanarios velatorios de ánimas que buscan blues en la noche. Almas de sativa plantadas debajo de los pies del abierto firmamento que sube hasta alcanzar lo que nadie conocemos, y allí los caciques del “edén” juegan con las cabezas de criaturitas que no tienen culpa de vivir.

El clandestino juego de palabras nos ha indigestado el cerebro de viscosos juicios que nos declaran culpables de nuestra ventura e inocentes de nuestra propia locura. En la ruptura de la boca que abdica nuestros mismo sentimientos e inecuaciones imposibles de resolver con la razón. Otra vez la misma ración de insignificantes motivos de exasperación, las mismas embocaduras, los mismos muertos.

Huesos y pellejos pidiendo piedad al sino, somos casi los mismos cretinos, siguiendo el común camino deságüente en el escepticismo por el que fuimos adoctrinados, asentándonos en la porquería placentera y lujuriosa impuesta por los impuestos que nos ha cobrado nuestra triste historia de amor al egoísmo. El istmo al que fuimos abandonados, concordados a la insípida ineptitud, saboreando nuestros propios huesos rotos, sacándonos los ojos de las cuencas para devolverlos con intereses.

Quiero subir a las hojas del árbol para no pudrirme en las raíces, quemar mis cicatrices en las que en rincones escondí, espaldas mojadas de sudarte en el arduo recorrido de tus inmensidades, y la impotencia de el no poder extirpar este cáncer de sociedades que apoderarte consiguieron. Diez angelitos negros cantando su romanza, diez corazones asesinados por el puto dinero.

Pegando lametones al albero con grilletes atados al corazón, arrepentido hacerle caso al tiempo y el remiendo que intenta coser este trapo sucio lleno de lamparones y lamentos sedientos de esperanza y fe. En las camisas manchas de café y en las pieles humildes, de sangre encarnizada por los alambres del estacado del poder, la sangre derramada chorrea en el acero, entre también, costillas marcadas que hacen cosquillas en los pies del poderoso.

Somos la patada que dimos al mundo, el nauseabundo muñeco tallado por la mano de Dios, mientras Él es el nauseabundo invento que la potestad creó. Carne de cañón en el banquete del “Don”, cremación de la humanidad a la que fuimos condenados, encadenados a la elección de la reducción a la que nos conformamos.

Diez angelitos negros jugando con munición, diez angelitos negros muertos cara al sol.

Con mis propias manos quiero ser carnicero de mis sesos esparcidos en el suelo, tanto contenido, tan poco entendimiento, tan poco sentimiento…

Insomnia que me merezco, y muchísimo más.

Una bomba de relojería en mi corazón.


“Intento odiarme un poco menos y entenderos un poco mas (…) Pero el que cuenta sus odios ya está pidiendo perdón”

"We're going to break up civilization so we can make something better out of the World”


Que los besos no tengan cohesión, no quiere decir que no tengas coherencia

lunes, 15 de diciembre de 2008

Lentes borrosas

Empecé lamiendo cristales en una casa de quebrados contentos, me inicié en el arte del ver sin mirar y del aprender a caminar. Cuando la luz de la pantalla se apague y la imagen se despegue, lámparas encendidas se cansaran de sus bombillas. Los cuentacuentos presionaban el interruptor, pegaban sus dedos a la boca gritando silencio y los carceleros, quedaban dando vueltas dentro de aquel cuadrado pequeño que hasta hace poco vivía aquí.

Las sombras imaginadas soñaban con tocar, llorar y reír. La sábana que me cobijaba, siempre tan cálida en aquellas heladas noches de invierno, también tenía miedo a la oscuridad, y juntos jugábamos hasta muy entrada la madrugada. Aquel oso grande que arrastraba hasta la bañera para beber agua, me contaba historias de sus días en mi cuarto, largas parodias que me hacían dormir mirando musarañas encima del armario. Aquellas estrellas de neón alumbraban ojitos cerrados, sueños y pesadillas que me desvelaban, y que contaba a la muñequita de los ojos tristes.

El suelo mojado del patio, en el que anocheceres pasé tirado escuchando flautas, ruiseñores o gorriones. Silencios en mi ventana, soñando, pensando y mordiendo la almohada. Hadas evitando hados en la orilla de trapo de mi cama, escalando hasta la cumbre de la lamparita roja de la estantería. Nubes, que trajeron fuegos de los montes de debajo de mis cabellos.

Las gafas que vieron con sus propios ojos. Ábranse los capullos de las flores en las calles aburridas. Ciéguense los necios, para así comprender. Dróguense las maquinas de aroma púrpura para reír, cantar y gritar. Rómpanse las lentes para dejar de mirar, y por fin ver. Suéñense los sueños para no guardarse en el rincón de los olvidos olvidados. Quémense las palabras que salieron de tu boca aquella tarde, para así no buscar sin encontrar.

¿Qué tal si dejamos al miedo que se pierda en su propio camino? Quien sea, quien busque, quien abra los ojos con un soplido de aire en la nariz, quien sea niño, quien sea pájaro, quien sea trocito de luz, quien sea mariposa de asfalto y quien posea granitos de arena en su cuenta bancaria, quien ladre a la luna en tardes agonizantes, quien toque las finas cuerdas de su voz en lo bajo de un tejado, quien rasguee canciones imaginando quien será, y que será.

Nos acarician los oídos los cantos de los grillos, y los ríos de lágrimas, siempre llegan al mar. Se me ha caído la cabeza y rueda escaleras arriba sonriendo, en un viaje a un mundo, que quizá no sea mundo, quizá no exista un lugar, quizá no tenga nombre. Donde las personas, no sean personas, sean mariposas volando en un cuarto. Los conceptos serán conceptos, porque no hay de estos allá.

Jugaba en la habitación con coches de juguete, animales de juguete, gente de juguete. Poco a poco, aprendía a decir las cosas que yo mismo quería oír. Dibujaba letras en papeles de colores, e imaginaba, que algún día, dibujaría palabras de color. Pegaba bocados al aire, pensando que algún día, comería de él. Tumbado en el suelo, leía libros que nunca podría entender. El choque de las canicas me hacía delirar y la oscuridad llegaba a mi cuarto y tus ojos, esos ojos que me miran ahora y me dejan atrás, ven un trocito de la realidad. Ven a un niño en pijama, sentado en su cama, jugando con trebejos, alumbrado por una lucecita roja, escuchando el tic-tac de un reloj de muñecos, a punto de dormir.

Canta, ríe, grita.


Cuéntame otra historia, muñequita triste…


miércoles, 10 de diciembre de 2008

Sorda lluvia otoñal...


Páramos inundados de cal enturbiando la mística luz que asombra la mirada del tábano. Ilícitos comunes en la discusión del bosquejo en pleno apogeo hormonal. Dentro de él, se hallaba la tempestad luchando contra si, arrastrando despojos desterrados en una llanura donde últimamente, no había nada. En lluvia y vientos, se enredaban los suspiros, y perdíanse en la natura en remolinos y espirales polvorientas, sucias de sucio el otoño, cálido y frío en paradoja, ladrón de hojas de papel vacías que van empañándose de limaduras de rocas purulentas.

Plumas de mirlo surcan los suelos de urbes grises al sonar de los zapatos rotos, calcetines mojados en los charcos de lamentos que vamos dejando abandonados a la intemperie lánguida de este puto mundo infiel. El carrito de la compra recorre calles en soledad, arrastrado por espíritus cabizbajos. En la luz de las chimeneas, aun suenan, largos, los acordes de la guitarra. Sueños musicales a realizar en un local sin luz rondan mis dedos, que escriben desganados en cuestiones de vivir, o seguir viviendo.

Necesito una señal…

Abandonarme en el desden del estar sin estar cuando estoy solo, porque en el fondo, no sé si estoy. Caprichos que iluminan ilusiones y el gran miedo a perderlas, el miedo que soñar no me deja, el miedo que pide precio en la barra de mis limitaciones. Tapando con sal todas las heridas, moribundeando en abismos vacíos, que no me quieren a mi, sino a mis entrañas guardadas en cajas de plástico, o de carne, o donde las quieras buscar.

Parece que se oyen olas, brisas marinas, conchas llenas de arena, gaviotas resignadas y añorantes de su hogar, barquitos dibujando paisajes a la vista de ojitos marrones, sin pupilas, de miradas de camaleón que cambian solo a tu mirar de este color que había triste, iluminando, serpenteando por las gotitas de sal, por los reflejos de luna nueva, de faros antiguos que siguen alumbrando recuerdos de historias, vidas, besos, lágrimas y caricias.

Dejemos que las preocupaciones de nada y de nadie jueguen encima del calor de las velas, que los recuerdos de mañana no sean más que los de ayer seducidos por las fogosas manos de la nostalgia, pero que la nostalgia no sea más que arena en la orilla de esta costa bañada por el agua azul, que cede a lo oscuro, que quiere beberte, y bañarte, y rozarte esta noche.

Dejemos que los pies besen, que la piel sienta, y los egos duerman. Que la cama quede manchada de carmín natural, no hace falta más. Que el pelo se enmarañe, que las mejillas enrojezcan y que los ombligos rebocen sudor. Que el sol salga y seamos concientes de su llegada, y ver como te mueves mientras duermes, cuando tu mirada se deje caer.

… para saber que sigo vivo.

¿Qué? ¿Qué hora es? ¿¿Ya??

Joder

(Prefiero soñar despierto)

Sorda lluvia otoñal