
Empecé lamiendo cristales en una casa de quebrados contentos, me inicié en el arte del ver sin mirar y del aprender a caminar. Cuando la luz de la pantalla se apague y la imagen se despegue, lámparas encendidas se cansaran de sus bombillas. Los cuentacuentos presionaban el interruptor, pegaban sus dedos a la boca gritando silencio y los carceleros, quedaban dando vueltas dentro de aquel cuadrado pequeño que hasta hace poco vivía aquí.
Las sombras imaginadas soñaban con tocar, llorar y reír. La sábana que me cobijaba, siempre tan cálida en aquellas heladas noches de invierno, también tenía miedo a la oscuridad, y juntos jugábamos hasta muy entrada la madrugada. Aquel oso grande que arrastraba hasta la bañera para beber agua, me contaba historias de sus días en mi cuarto, largas parodias que me hacían dormir mirando musarañas encima del armario. Aquellas estrellas de neón alumbraban ojitos cerrados, sueños y pesadillas que me desvelaban, y que contaba a la muñequita de los ojos tristes.
El suelo mojado del patio, en el que anocheceres pasé tirado escuchando flautas, ruiseñores o gorriones. Silencios en mi ventana, soñando, pensando y mordiendo la almohada. Hadas evitando hados en la orilla de trapo de mi cama, escalando hasta la cumbre de la lamparita roja de la estantería. Nubes, que trajeron fuegos de los montes de debajo de mis cabellos.
Las gafas que vieron con sus propios ojos. Ábranse los capullos de las flores en las calles aburridas. Ciéguense los necios, para así comprender. Dróguense las maquinas de aroma púrpura para reír, cantar y gritar. Rómpanse las lentes para dejar de mirar, y por fin ver. Suéñense los sueños para no guardarse en el rincón de los olvidos olvidados. Quémense las palabras que salieron de tu boca aquella tarde, para así no buscar sin encontrar.
¿Qué tal si dejamos al miedo que se pierda en su propio camino? Quien sea, quien busque, quien abra los ojos con un soplido de aire en la nariz, quien sea niño, quien sea pájaro, quien sea trocito de luz, quien sea mariposa de asfalto y quien posea granitos de arena en su cuenta bancaria, quien ladre a la luna en tardes agonizantes, quien toque las finas cuerdas de su voz en lo bajo de un tejado, quien rasguee canciones imaginando quien será, y que será.
Nos acarician los oídos los cantos de los grillos, y los ríos de lágrimas, siempre llegan al mar. Se me ha caído la cabeza y rueda escaleras arriba sonriendo, en un viaje a un mundo, que quizá no sea mundo, quizá no exista un lugar, quizá no tenga nombre. Donde las personas, no sean personas, sean mariposas volando en un cuarto. Los conceptos serán conceptos, porque no hay de estos allá.
Jugaba en la habitación con coches de juguete, animales de juguete, gente de juguete. Poco a poco, aprendía a decir las cosas que yo mismo quería oír. Dibujaba letras en papeles de colores, e imaginaba, que algún día, dibujaría palabras de color. Pegaba bocados al aire, pensando que algún día, comería de él. Tumbado en el suelo, leía libros que nunca podría entender. El choque de las canicas me hacía delirar y la oscuridad llegaba a mi cuarto y tus ojos, esos ojos que me miran ahora y me dejan atrás, ven un trocito de la realidad. Ven a un niño en pijama, sentado en su cama, jugando con trebejos, alumbrado por una lucecita roja, escuchando el tic-tac de un reloj de muñecos, a punto de dormir.
Canta, ríe, grita.
Cuéntame otra historia, muñequita triste…
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