
¿Te hace un chute?
¿Dónde está el pequeño comerciante de palabras que se basaba en el antiguo trueque para cambiar todas nuestras ideas, todos nuestros textos, y toda nuestra vida bursátil? Y ni si quiera sabemos donde quedamos ni donde quedaremos. Son símbolos, uno tras otro los que llenan… ¿qué llenan? Se acabaron los símbolos rutinarios y agrarios que terminan llenando el vaso poco a poco, y esta vez no rebosará, no, esta vez reventará.
El caminante se hizo camino, porque su camino no se hacía al andar, y es el tacto de una pared de groteliee la que raspa nuestra mano y nos despierta de nuevo en medio de una escaleras puestas al revés, con barandas diagonales, barandas circulares, barandas estructurales, y el niño, al que nadie le había enseñado nada, fue creciendo escaleras arriba y abajo siguiendo el camino de píldoras que le habían trazado escalón tras escalón. La droga se hizo dulce en las escaleras del revés.
Lleno de luces el techo, en el pasillo de un hospital. El niño se hizo hombre de tanto vomitar. Sobredosis. Luces cayendo del techo regurgitando sonidos al intentar cantar, mientras a la espera de un resultado, a la espera de esa mejoría de vida que el niño quería recuperar, lo esperaba una aguja punzante, dispuesta a dialogar. “Hágase de rogar idiota, hágase de rogar”, por el pasillo de urgencias las cabezas se hacen rogar, y ruedan, y ruedan, hasta llegar a la sala de espera y se vuelven a sincronizar.
Rebozan los símbolos y metáforas, revienta la falsedad. Y en los países las palabras, otro golpe dictatorial. Caen las descargas en el pecho, las frías manos del personal, mientras dominan y dominan las masas, las masas de la humanidad. Guantes de látex recorren gargantas, esófagos, laringes, pituitarias, recorren el tabique nasal, y buscan palabras jugosas, las ideas que nos quieren robar. Somos enfermos mentales en búsqueda y captura los que conseguimos escapar, catalogados con cuantiosas etiquetas: Somos esquizofrénicos, paranoicos, bipolares, neuróticos, reaccionarios, deficientes, anormales o subnormales, por querernos hacer escuchar.
Tal vez, ni siquiera pretendamos nada, tal vez solo seamos otro puñado de etiquetas símiles a lo anterior: un grupo de enamorados, borrachos, jóvenes, solidarios, soñadores, revolucionarios, innovadores, vividores al fin y al cabo, que busquemos una manera de entrar entre las utópicas manos de nuestro señor macrouniverso sensorial, tal vez no busquemos buscar esa forma tan placenteramente efímera de rozar el placer, quizá solo seamos los renglones torcidos de dios, los hijos bastardos de Abel, y queramos manchar la camilla con algo más que sangre, con lágrimas y sudor.
Se me ha escapado una mirada por la boca. Tumbado entre sangre seca me miran desde alrededor, y las voces de mi ultratumba han dejado de sonar. Miro mi brazo y me estremezco con un estrepitoso escalofrío al verlo otra vez lleno de finas punzadas de verde azulado, ese verdor que pudre mis venas con asqueroso pudor. Me miran, los miró, y me vuelvo a echar a llorar.
Vuelta a esos días en los que las imágenes no se terminan de desarrollar, vuelta a la misma calle, con la misma gente, con las mismas cabezas rodantes, con sus relojes punzantes que suenan al ritmo del corazón, al ritmo del ejercito callejero capitaneado por el reloj.
Desnudo frente al espejo me vuelvo a ver, de frente. Me ha crecido el pelo, y me tapa el rostro a la mitad. Dejó de haber tanto humo en mi vida, y ahora, veo con menos nitidez. Me miró, me mira, y ya no sabemos a quien más mirar, si a ti, o a mi.
Ahora el símbolo soy yo.
(Boom)