jueves, 19 de marzo de 2009

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Los cambios efectuales se sitúan en el epicentro de un lugar ternario en un símbolo completamente mediático. A destiempo, te sorprenden situaciones fuera de contexto que rivalizan con tu enorme y triste pasado, aquel que se pregunta "¿por qué?". Después de esto, es curioso, juegas con los tres tiempos verbales y cierras la puerta. "Siga el recorrido y tuerza a la derecha", luego, continúas contrariando por la izquierda, y pasas la calle sin revatir una ración de desequilibrados insultos que la gente escupe literálmente, de pasar deliberadamente de ellos, de evadir este odio dirigido hacia ti, sigue.

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Psicoanalistas de bragueta analizan la situación. ¿Valores? ¿Sentimientos? ¿Acciones de bolsa?, siendo franco, todo se ha vendido ya, "todo el pescado esta vendido", te decían, mientras que seguir despotricando era la mejor manera de rellenar el hueco, de rellenar al cristo, de rellenar el pavo. Las clasificaciones eran graduales: llegó el momento de aprendérselas como la tabla del seis. Ser imperfecto, ignorante y pobre, que cualidad...

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En el transfondo del sueño vagaban los cuentos a medio contar, las astas del hastío, el fulgor del abrigo de la lujuria (curioso personaje), tras ellos y más, rebuznaban los buitres, ansiosos de carroña infeliz, escatimando conceptos y preceptos, cotizando las subidas de famas y faros de revuelta, jugando con la sucia agonía, moralizando. Mientras, una colonia de seres unicelulares y microbios dedicábanse a jugar a la oca, cantar, tocar la guitarra, saltar, enmarañarse...
Sí, escatimarse, sí...

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Es ridículo, ¿no?

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