
Ya no sé si fue la aurora, que te da envidia, que te mató en su momento. Quizá fueran las tardes de verano, en las que yo viví por no vivir, y no viví en querer vivir, sino en el acto, ayudado por tus palabras, solo por palabras, abrazos y poco más. Yo no sé si fue, aquel momento, en una tarde de otoño en la que la novedad se confundía con el deseo y el deseo con la novedad.
No sé si aborrecer, es la palabra. No lo sé.
En un día en el que despertar, no es pensar la misma mierda, sino en poder levantarme teniendo razones por las que seguir aquí. De esperar horas y horas sentado en la puerta trasera de tu casa, con solo la ilusión de escucharte y tocar tu nariz.
Dejar todo de lado, por buscar ese contrapunto que me hace reír y llorar, por poder rozar un poqo tus labios y en ellos perderme, sin recordar, sin pensar, sin tener que estar. Patadas en el costado, que hacen escupir sangre, que retuercen migrañas, que hacen mojar pestañas. Y, joder, ese “¿por qué?” es hoy muerte, que no deja de romper esperanzas de poder estar contigo, y no encontrarlo.
No poder enseñarte lo que siento, no porque no pueda, sino porque no se que coño hacer ya para que los veas. Si sigo siendo escaramuza, nudos que se atan y desatan, lagrimas que se lloran y evaporan, risas que se ríen, y solo eso, se ríen. Si solo soy un cacho de piel, si solo soy carne y hueso, no soy, no quiero ser.
Por fin conseguí perder el miedo, quizá volara a otro nido, quizá se posara en tus ojos… El error de tus palabras, el creer saberlo todo, y no saber nada. En vivir, también, en una suposición y poder evitarlo. Lo que las lágrimas escribieron, lo que los ojos tristes escupieron, lo que los abrazos rotos y los besos entrecortados querían ocultar, lo que quisiste decirme, y no supiste, la corta entendedera, el laberinto en el que sigo perdido, el no saber, yo tampoco, nada. Solo puedo decirte, solo puedes eso.
En cuestionarme, en saber que haré, y que no; en que debo, y en que puedo. Mi barco no tiene timón, porque es de papel; mi corazón no late a ritmo, porque no es corazón; mis canciones ya no son tuyas, porque entre el llanto, solo son ruido.
Aprender a contar con las manos, y con la frialdad de la mente, en la que si tu no quieres, no somos uno y dos, somos uno y otro. Aun así, en la inopia, en el insenstimiento, en el aburrimiento, sigues aquí.
Yo quizá no.
Y si me voy, que nunca lo sabrás ni sabré, jódete (y si me quedo, también), y si me voy, tranquila cariño, que nunca volveré.