miércoles, 7 de enero de 2009

Auto/ser/vicio/


En el casino, se disputaban aquella noche el azar de rendirse a lo impuesto, o simplemente, seguir jugando, claro, en todo esto se basa el azar, o eso dicen ¿no? Los sombreros de copa, los bastones afilados, a punto de enfilar puntas de zapatos relucientes para comunicarse, y esos típicos grandes anillos cargados de piedras (a mí, personalmente me gustaban las de asfalto, o esas que parecían cogidas de la orilla de un lago). Sí, aquello era como el desahogo de estas grandes y lujuriosas vidas, pesadas por tanto cargar monedas en los bolsillos y comer ostentosos banquetes.

El catering no era tan abundante como otras veces, pero él estaba allí doblando servilletas, vestido con su camisa blanca como todos los demás. Aburrido de haber cumplido su servicio tantas veces, y de que nadie lo valorara, aburriase sentado en una de las mesas vacías, escribiendo en esas servilletas que tantas veces había doblado, súbitos mensajes que ni él mismo entendía.

- Una de whiski de malta a la mesa seis.

Levantose, sirvió la copa, y rumbo a la mesa ¿seis? ¿nueve? ¿trece? Pero el supo enseguida cual era. Aquel señor del pañuelo rojo en el bolsillo siempre pedía el escocés de malta. Pudo observar como le miraba, atentamente, esperando algo, esperando una mirada, pero se sintió hastiado cuando este no reacciono.

- ¿Para usted, caballero? –musitó en el fragoroso ambiente.

- Sí, gracias, gracias… Oye chico, se me manchó la camisa, ¿podrías darme esa servilleta sucia que guardas siempre en el bolsillito de tu camisa? Supongo que será para estos casos ¿no?

Miró esa frase, miró ese trozo de palabras unidas, y sin importancia alguna, se lo entrego al viejo Joe Routine. Este sabía ya que su azar no había sido precisamente favorable últimamente, pero él, abrió la servilleta, y se dejo coger de la mano, para volver… o no.

Shh, amigo, déjame pincharte, y atra(vesarte), con las agujas del reloj…

Déjà vu

Déjà vu

Déjà vu

El sombrero de copa se desplomo sobre el suelo, tal vez por palabras, tal vez por esos “pequeños detalles”, tal vez solo seamos eso, tal vez, y tras él, ya no había cuerpo yacido vestido de chaqueta, son su pañuelo rojo. Quedaron, esparcidos por el suelo y encima del sombrero, troceados pétalos de amapola.

La noche murió, el casino cerro, y quedaron solos los dos, cadáver y camarero, mirándose fijamente, sin palabra alguna, perdidos en el ponto de olores del lugar. Ya no había casino, no daba lugar. Tal vez el color del pañuelo que lleves sea el color de la corola de tu aniquilamiento. Tal vez, un pequeño detalle

/ Y amigos, aquí está la metáfora, o la paradoja… (Nunca me ha gustado que me llamen de usted)/

“Cada año es una enfermedad con trescientos sesenta y cinco síntomas; vivimos en un cuento navideño con barrios de cartón”

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