martes, 13 de enero de 2009

El carabinero


Vuelven atañas las letras por las manos del carabinero. Él, soldado de la guardia permanente, a causa de sus descabezados arrebatos de ira contra… ¿contra qué? Acampando siempre solo, al final, siempre solo, busca refugiarse sobre el férreo camino de debajo de un puente por el que mucha gente han pasado, bastante. Hace música, con sus lágrimas, que caen en el río del cual su orilla es su confesonario. Ha perdido el tiempo escribiendo cartas de amor, ha recibido golpes más dolorosos que disparos que quedaron grabados en su sucio pecho, y ahora, allí lo tenéis, haciendo un torniquete más, esta vez, en su cabeza, por haber pensado, por haber creído.

Vio, que en sus propios actos, parte de esta cuerda tan larga, había perdido cachos. Sus ropas zarrapastrosas se caían en jirones de tela gris, tirando al oscuro negro de sus cabellos. Con sus propios ojos pudo admirar sonrisas y lágrimas, llantos, penas, consuelo y amores. Él, beso a la muerte, y como castigo, hay lo tenéis. Ahora ya no sabe que chorrea por su cara.

Los zapatos viejos que grandes tramos habían recorrido, y que por sus amplias gateras habían observado los polvorientos pasos caminados, se limpiaban solo con la lluvia de aquella tarde maltrecha. Pasaban ya, a estas horas, los obreros por su lado al fin de su jornal, y recordaba el carabinero sus peores recuerdos para sanar sus supuestos pensamientos que concurrían su mente mientras limpiaba su carabina.

Era su boca entonces la que quería disparar, y no podía, porque quizá no supiera bien lo que decir, más bien gritar, y en su garganta se ahogaban aullidos de las noches acampadas bajo el frío de su recuerdo, el que tantos momentos retorció y dejo escapar. Los pájaros no volaban, se escuchaban en sus últimos cantos, y los reflejos del agua iban apareciendo en sus recuerdos como en la niña de sus ojos, igual que iba apareciendo la imagen de aquel cuerpo muerto, en su cama.

Una sonrisa brotó de los sollozos y gemidos. Ella, cansada de no querer soñar, le había puesto en guardia, y él, bloqueado y angustiado por la duda intento lo imposible, que viviera. Lo miró como pidiéndole algo, algo que no era precisamente vivir. Tal vez pidiera una palabra, tal vez no quisiera nada, tal vez, él solo supo suponer.

Su carabina, brillaba ahora entre el mugriento trapo con el que se limpiaba la cara de falsas sonrisas. Estaba mal, nauseabundo, agonizante. Solo escuchaba, ¿para qué vamos a mentir? Ahora, no escuchaba. Sordo de ilusiones y miradas, con el rabo entre las piernas, y aun así, con la cabeza bien alta. Alzo la vista, pero no vio, no pudo volver a ver, y aun así, siguió cargando su revolver.

Volvería, volvería a matarla. Levantose y empezó a caminar. Sí, se dirigía allí, volvía y sabía su ventura. Siguió caminando.

(Taaaaam, taaaaaam)

/ Se levantó, la agarró y la beso. Luego, llevo sus manos al bolsillo y acercó la carabina a su rostro. Lo miró con cara de horror, pero él, no la dejo huir. /

(Poom)

(Taaaaam, taaaaaam)

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