
Es la noche entre textos la que nos hizo llegar a aquel punto portentoso en el sexo contenido por la música de los sesenta, recordando el minuto anterior simultáneamente al presente, en lo que recordamos y dejamos de recordar, en el desacuerdo (y digo cuerdo) que deshojaba nuestra jerarquía, y nos besábamos, nos besábamos con los labios trémulos, porque ya pensaban en sorprendernos el uno al otro, y decir, o besar, nuevos sinfines.
Caóticos caminos que recorren las runas y arrugas de nuestras polivalentes manos en busca de lo incierto y desconocido, pero lo cierto es que esos apostrofes que colgaban de nuestras cabezas no eran mas que abreviaciones de lo que verdaderamente queríamos decir y nunca pudimos, porque nunca abarcamos a tanto, como ese tanto.
Estoy cansado de andar por las ramas de un árbol viejo, lleno de arrugas cansadas de esperar, y el día se hizo noche lanzando señales en tu cama, y harto ya, voy a deslumbrar hasta al sol, y voy a gritarle a tu ventana en la penumbra, para desatar cabos que tejió el miedo con el hilo suave de alambre que arrancaré con los dientes.
Las cartas son golondrinas sobrevolando las balsas de esta ciudad hiperbolada de creación magnética que me atrae a tu mirada lujuriosa que desembarca en mis manos livianas recorriendo tu pecho, ladrón sin guante de quebradizos adioses que falsean y flamean en nuestros labios mintiendo al tiempo y reconcomer las síncopes labradas en la incertidumbre del “¿qué será?” ¿Y que más da?
Voy a explicarte el mundo sin palabras, resumiendo, y latiendo más deprisa en la fiebre evocada por los suspiros que nunca dimos y que quisimos. Los quisimos y los rompimos, los rompimos y los amamos repartidos en nuestros silencios, los repartimos y no los añoramos, en lo equitativo, en lo nocivo, en las voces que callaron y en los pensamientos que pensaron.
Voy a resumirte mi mundo en tres términos: tú, yo y lo que nos callamos. Voy a revelar mis revelaciones en lo que nos contamos: ser, estar y el espíritu santo, el acento francés que entre cigarros liamos. Prestarnos gritos, cantos, besos, personajes planos y redondos, en espiral o en diagonal, en esta novela que transcurre entre allís y ahís, entre acás y allás, y être o être demasiado lejos, o demasiado cerca, pero a tu lado.
Perdimos el norte entre brújulas sincronizadas con las pulsaciones de los pasos que daremos por París, y être aquí o être allí, soñaremos con las miradas de Amélie, c’est trés simple ma vie. En bicicletas o en el susurro del viento en nuestras rojas orejas, en barcos o aviones de papel, huyamos, huyamos a París.
Las turas, las dicotomías, el contrapunto. Las dicotomías, el contrapunto, las turas. Las costillas, las cosquillas, ese ardor. El ardor, las cosquillas, las costillas. Las caricias, las falacias, la avaricia. Las caricias, mi avaricia, las falacias.
Huyamos a París.
/ Tiro la vieja moneda de veinte francos sobre el linde de la figura, cayó en el cuatro, y con tu nueva falda saltaste encima de mi ojo, cabeza, bazo y corazón, ahora tu nombre solo se puede escribir con cuatro signos de interrogación… /
“If you love me, won’t you let me know?”
1 comentario:
¡auf!
Publicar un comentario